El viernes, madrugué más de lo que suele ser habitual para tener suficiente tiempo para el jiñote, la ducha y prepararme unos Pannenkoeken. Después, cogí mi micro-mochila con las medidas para ser ubicada debajo del asiento en un vuelo de Raianer y fui en mi cutre-bici a la estación de tren del barrio y desde allí pillé el tren hacia Utrecht Centraal. De alguna manera me las apañé para salir con un par de minutos de retraso, afuera la temperatura eran tres grados bajo cero, había sal en el suelo y hielo por los alrededores y el carrerón en bici a la estación fue de infarto, siempre con el miedo a hostiarme. Llegué al andén con unos treinta segundos de seguridad, que fue lo que tardó el tren. En la estación central de la ciudad, la crucé de punta a punta y me puse en el andén al que llegaba el tren que me llevaría al aeropuerto, que llegó sin retraso, salió sin retraso y por una vez todo fue bien, que la zona del aeropuerto lleva unos meses como punto negro ferroviario y seguirá siéndolo durante todo este año. Tenía reservado mi paso por el control de inSeguridad, que la reserva es gratuita, así que no hice cola y en tres minutos o así ya estaba dentro del aeropuerto, en la terminal de bajo costo, quizás bajísimo, que es la más cutre de todas. El avión venía de Málaga y volvía allí con el Elegido y otros doscientos y pico más. Lo más preocupante es que es el modelo ese del que se escoñaron dos aviones en su día y murió todo quisqui en los susodichos, que raianer, para evitar aprensiones, les cambió el nombre, pero es el mismo, en su versión estiradísima, en un modelo que hicieron para ellos y en el que se sientan 197 julays. En la lotería del embarque me asignaron asiento de pasillo en la fila treinta y cuatro, que fue como me enteré que estaba en el avión de la muerte ese. El embarque, para un trasto tan enorme, fue rapidísimo, aunque con temperaturas bajo cero en la calle y dos puertas de acceso, la gente parece que se mueve más rápido para que no se les hiele el chichi y el cipote y consiguieron el milagro del embarque. El momento épico fue cuando uno llega para embarcar con un trolley grandísimo y una mochila aún más grande y solo había pagado por un bulto. Le dijeron que si el segundo no entraba en la caja minúscula de 45*25*20, le tocaba apoquinar y el chamo afrontadísimo porque según él vino desde España con lo mismo y allí no le pusieron pegas. Le dieron la opción de pagar y volar o no pagar y no volar y el chamo dijo que en España los suciolistas, podemitas y truscolanes han declarado que eso es ilegal de necesidad imperiosa y la chama de raianer, que ya estaba empezando a estar jartita hasta la pipa del coño de aquel totorota le explicó que el aeropuerto de Ámsterdam está en los Países Bajos y aquí, o paga, o se queda en tierra y que a ella, si quería tirar la mochila o el trolley en un cubo de basura, que ella se quedaba igual de a gustito, así que el porrero con pinta de haber venido para jartarse a fumar maría y llevarse varios kilos con él, acabó pagando.
Se me olvidó comentar que este modelo de avión es el que tiene la puerta esa de salida de emergencia que a veces se va volando y los pasajeros vuelan al fresco, que hizo que me pusiera el cinturón de seguridad bien apretadito y por si acaso, le di dos vueltas más. Despegamos en hora y el chófer metió la directa, pisó el acelerador y nos llevó hasta el sur de España en dos horas y media que yo aproveché para ver episodios de las series que tengo en la tableta. El aterrizaje fue entrando desde el mar y el chamo del chófer, no sé si por falta de experiencia o por viento, pegó tal taponazo al aterrizar que todos pensamos que moríamos allí cuando el avión rebotó literalmente y regresó al aire. En mi lista de aterrizajes brutales, creo que este se ha colocado en primera posición y con una buena distancia con el segundo. Al llegar, siguiendo el estilo rata de raianer, no conectan el avión a la pasarela y todos salimos por la pista. Crucé el aeropuerto, que me conozco muy pero que muy bien, llegué a la estación de tren y seguí mi ruta hasta la keli de mi amigo Sergio, a donde iba para pasar el fin de semana.
Una respuesta a “Yo digo que fue un sueño”
Esta entrada da la impresión de que la has cortado para hacer otra mas… 🙂
Salud