Una de jubileos


Hoy era de nuevo un día de laburo complicado, sobre todo porque es uno de esos en los que al final, entre pitos y flautas estás doce horas dale que te pego. Hoy era el día que los dos compañeros que tengo en mi equipo en Alemania se jubilaban, hoy entregaban sus ordenadores, sus telefoninos y todo lo demás y entraba en el club de los que cultivan geranios en el jardín. Para el evento, mi jefe y yo nos desplazamos a la oficina en la que ellos están, en un poblacho al sur de Düsseldorf, que por curiosidades de la vida mismamente asín, regresaré a esa ciudad el sábado para comenzar mis vacaciones, pero iré en tren.

El lunes por la tarde, estaba en mi keli tan tranquilo cuando mi telefonino se rechifló y empezó a gritar como mula en celo, con un tono muy específico que es usado por el programa ferroviario y que emula el tono que usan en las estaciones para anuncios y similares. Miré y resultó que ipso facto, habían decidido poner la línea entre Ámsterdam y Bolduque en mantenimiento y me cancelaron todos los trenes que tenía para el martes y el miércoles. Mirando alternativas, resultó que si salía diez minutos antes de mi keli llegaba a Bolduque a la hora de siempre, así que hice los cambios. Hoy por la mañana, pillé ese tren y al llegar a la estación e ir al andén del segundo tren, que tenía que esperar trece minutos, resultó que el anterior llegó con tres minutos de retraso, estaba allí, me subí, me senté, se cerraron las puertas y resultó que llegaba a Bolduque un cuarto de hora antes, con lo que al final tuve que esperar por mi jefe, ya que desde allí íbamos en su carro, que él es del club de los culocochistas como ciertos otros que no vamos a mentar porque son muy sensibles al tema.

Lo que vino a continuación fueron dos horas y diez minutos de angustia, entre tráfico y similares, para recorrer ciento setenta y dos kilómetros, básicamente hablando del laburo porque mi jefe no tiene vida fuera del trabajo, aunque parece que le he metido el miedo en el cuerpo al señalarlo como el ser humano vivo, viviente y hasta fallecido que más documentos ha firmado en nombre de la empresa, ya que este año y por mi culpa, a través de una herramienta en nuestra güé, está firmando cerca de un millón y medio de documentos, ahora mismo lo hace a un ritmo de cuarenta mil a la semana y yo le tripito y le cuatripito que el día que decidan enchironarlo, tirarán hasta la llave por sus crímenes y que lo lógico sería ser criminales como el resto de empresas y suministrar la información en un documento sin firma, así que me ha pedido que realice las gestiones necesarias y suficientes para solucionar el tema pero ya le he dicho y repetido y hasta tripitido que hasta después de las navidades no lo pienso hacer.

Cuando llegamos a la oficina tedesca, nos encontramos con los otros dos y básicamente fue para despedirnos de ellos, que realmente trabajar, lo que se dice trabajar, fue poco, aunque muy aprovechado, que yo reparto marrones con un portátil en mi mano a una velocidad dantesca. Después nos fuimos a comer con los jubilados, pero vamos, el rango de sitios en la zona es patético y los dos jubilados se empeñaron en ir a uno en el que tienen unos platos de batata frita, simulando papas fritas, que les encantan y blah blah blah, vamos, burabura y más burabura. Yo hubiera preferido otro sitio, pero como era el día de esos dos, acepté el disgusto, aunque cuando llegamos allí y pedimos la comida y ninguno de los dos pidió las putas batatas fritas me planteé el ponerles un par de velas negras a cada uno y empujarlos para que lleguen pronto a la luz al final del túnel, que mira que se empeñaron en ir al lugar por la mielda esa que no pidieron.

Volvimos a la oficina tedesca y estuvimos allí hasta las cuatro de la tarde, de nuevo, trabajando, aunque ellos ya se habían ido. Después nos mamamos dos horas y cuarenta y cinco minutos para hacer los ciento setenta y dos kilómetros de regreso, que coincidía con la hora punta alemana y neerlandesa y de nuevo, hablando y hablando solo de trabajo y de una movida en particular en la que está metido mi jefe con una abogada y que ya le he dicho que si me da el visto bueno, yo la aplasto como a una cucaracha volona, pero que después no me venga lamentándose porque no quería medidas tan drásticas, así que por ahora, si tengo que ejercitar mis poderes mágicos de destrucción total, será después de mis vacaciones, que ya le dije que a mí no me afectará ni mental, ni psicológica, ni parapsicológicamente hacerlo.

Cuando me dejó en la estación, fui con gran pachorra al andén de mi tren que salía casi veinte minutos más tarde y resultó que uno con escala en Utrecht Centraal que debía haber salido tres minutos antes llegaba con un retraso de cinco minutos y me pude marchar de allí antes y llegar a mi keli quince minutos antes de la hora a la que supuestamente debía llegar. Así que la buena noticia es que ya no volveremos nunca-jamás a la oficina alemana porque los dos tercios del equipo en el que estoy que laburaban desde allí ya son historia y pasado y ahoritita mismo, yo soy la fuente única para todo lo que hacían ellos y lo que hago yo, con lo que así, en un día, he pasado de ser un diosesillo único, a ser una santísima trinidad, un tres en uno total, con el pequeño detalle que yo me tomo el trabajo como prostitución laboral, me pagan por cuarenta horas y yo hago cuarenta horas, ni un segundo extra, con lo que ahora, las cosas igual irán más despacio y lo que no se puede hacer hoy, se hará mañana, mañana.


3 respuestas a “Una de jubileos”

  1. Sí, a el alcohólico una botella de alcohol y a la pava una caja de bombones. Los de marketing le dieron unas bolsas con morralla de la empresa, de esas que dan lástima y se rompen en una semana.

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