Ir de puente a las provincias en Holanda es lo más de lo más. Con un fin de semana largo en el que el tiempo hasta el sábado acompaña, nos planteamos irnos a Ameland por un par de días. Ameland es una de las islas que protegen los Países Bajos del mar del Norte. Situada en la costa frente a Leeuwarden, es uno de los destinos holandeses favoritos en verano, uno de esos lugares a los que no llegan los turistas habituales. Las islas (hay otras en la zona) tienen una modesta industria hotelera y sacan su dinero entre mayo y septiembre, que es cuando se puede hacer algo de negocio. En invierno aquí no hay INSERSO que valga, con un frío de morirse.
En Ameland se pueden alquilar bicicletas, ir a la playa (un par de semanas al año hasta te puedes bañar en el mar del Norte), ir en barco a ver las focas, ver pájaros en los parques nacionales y poco más. La isla tiene 22 kilómetros de punta a punta, y hay más de 100 km de carriles para bicicletas.
Nuestra expedición estaba formada por mis amigos: el chino (de mierda, como recordaréis si habéis leído el post de Hombres negros), el indonesio (de mierda), un sueco (de mierda) al que no conocía y Yo.
No voy a hablar de los asiáticos porque de esos ya he escrito bastante y quien no haya tenido oportunidad de leerlo que me mande un correíllo con su emilio y se lo reenvío.
Me voy a centrar en el nórdico. Ya me llamó la atención el pedazo de mochila que llevaba cuando llegamos. Para pasar 36 horas en una isla iba equipado para sobrevivir los próximos dos años. Cuando llegamos al hotel se desveló todo. De repente me lo veo cambiando la funda de la almohada, las sábanas y la funda del edredón y poniendo las suyas. Yo no me lo podía creer. El chino se me adelantó y le preguntó por qué lo hacía y le dijo que porque no sabía quien coño había dormido en esas sábanas. Nos quedamos flipando. Aún sin recuperarnos del shock, lo vemos sacando los productos de limpieza, se va al baño y desinfecta el baño. ¡Lo más!
Nunca en mi vida había tenido el gusto de ver tan de cerca a un freak semejante. Encima es que el sitio estaba increíblemente limpio. ¡Por Dios! Donde estaba este bicho raro cuando mi antigua empresa me mandó a Tenerife y la secretaria nos puso en el hotel de las putas de Santa Cruz, con unas habitaciones que daban asco y eso que pillamos las dos únicas habitaciones de la planta con baño propio, que el resto compartía el baño que había en el pasillo y toda la noche hubo un tráfico incesante de putas a hacerse un Chás-Chás (acto de poner el Coño o chocho en el bidé y prepararlo para el siguiente servicio con dos únicos golpes de agua). Me acuerdo que en ese hotel dormí con la ropa puesta sobre la cama y que me duché con zapatos (espero que esto os dé una idea). Aún tengo clavado en mis ojos el patio interior con su selva de condones usados y la cara del conserje que tenía la pinta de alimentarse del contenido de los condones, pálido y con una cirrosis de caballo.
Volvamos al vikingo. Visto lo visto, ahora me explico muchas cosas. No me gusta generalizar basándome en un único caso (que carajo, yo generalizo con un único ejemplo y hasta con ninguno), pero en este caso ya tengo dos. Los dos suecos que conozco están cortados por el mismo patrón. En Suecia no hay vampiros. No puede haberlos porque la gente de ese país no tiene sangre. Están secos por dentro. Si los cortas, seguro que sueltan agua o pus pero no sangre.
De alguna forma hemos logrado superar la prueba. Dos días con un fanático de la limpieza que iba a comer y sacaba sus propios cubiertos, que limpiaba el sillín de la bici, la barandilla del barco y que seguro que antes de follar desinfecta los papayos.
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Reflexiones nórdicas
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London Heathrow
– Jane we have a situation here (Jane, tenemos un problema)
Así comienza mi historia. Pero antes de llegar a este punto, permitirme que retroceda un poco en el tiempo.
Todo comenzó el día que viajaba a los Estar-dos-Unidos. Como bien sabemos, la paranoia americana ha convertido los aeropuertos en campos de concentración en los que uno se deja humillar después de pagar unas abusivas tasas de aeropuerto que te dan derecho a la susodicha vejación y al uso ilimitado de los baños sin limpiar del mismo.
Me encontraba en London Heathrow, el mayor aeropuerto del Reino Unido, o como dirían nuestros amigos eurovisivos galos, Guayo miní. Sigo el flujo de los que están en tránsito. Lo primero es coger una guagua (autobús para otros) que te lleva a la terminal tres, de donde salen casi todas las compañías norteamericanas. Una vez en la terminal, entras en una sala infinita en la que una inacabable cola en zig-zag te espera. La meta son los putos arcos de seguridad que todo Dios y Cristo han de pasar.
Antes de comenzar la lenta andadura me voy al baño y me preparo. El ejercicio que voy a realizar requiere la máxima concentración. Os desaconsejo encarecidamente la práctica de esta actividad a menos que seáis plenamente inconscientes de sus consecuencias. Salgo del baño dispuesto a realizar lo que he venido a hacer. Me pongo en la cola tras un grupo de japoneses, más que nada por admirar a las chiquillas de doce años de uniforme, que es algo que siempre me ha puesto. Avanzamos lentamente despojándonos de nuestras pertenencias: fuera el cinturón, el reloj, la cartera, las llaves, los kleenek, todo lo que llevo en los bolsillos. Mientras me quito todo, procuro mantener la concentración. Respiro de manera regular. Inspiro … espiro …. inspiro …. espiro.
Tras varios minutos estoy más y más cerca del objetivo final: los arcos de seguridad. Los japoneses continúan su parloteo incomprensible.
Finalmente es mi turno. Deposito mis pertenencias en una bandeja, pongo mi mochila y mi chaqueta en la máquina de rayos equis y paso por debajo de los arcos. Por supuesto sonaron. Siempre lo hacen conmigo. Es una maldición que me persigue desde hace años.
El guardia, policía o lo que quiera ser se acerca a mí. Un enorme gorila curtido en estos menesteres. Me hace avanzar un poco y masculla algo que no entiendo, pero inmediatamente levanto las manos y las pongo en cruz. Es lo que siempre quieren que hagas. No me hace falta entenderlo para saber lo que dice. Se me acerca aún más con un artilugio en las manos. Lo pasa por todo mi cuerpo sin resultado alguno. Al menos sin un resultado que le complazca. Se pone frente a mí. Yo sigo manteniendo la concentración. Me toca las manos y empieza a deslizar las suyas sobre mis brazos hacia mi cuello.
Cuando lo alcanza sigue por el pecho, la espalda, la barriga, las caderas, las nalgas …
– Jane we have a situation here.
Se separa de mí asqueado. Justo en ese instante me mira a la cara y ve mi sonrisa de satisfacción, de prematura victoria. Sigo sonriéndole mientras Jane viene hacia mí.
La susodicha Jane es el eslabón perdido entre el hombre y el oso. Una mujer extra-grande, extra-fea, extra-ordinaria. Le falta el pitillo en la boca para parecer un camionero. Me llaman mucho la atención los guantes de latex.
La Jane se pone delante mía y puedo sentir como un sudor frío me recorre todo el cuerpo, me sonríe y de un manotazo me agarra el paquete. Me aguanto el grito que se me escapa. Se me va la sangre de la cara. Me quedo pálido, sostenido por ella, que no sólo aprieta, sino que con los dedos es capaz de separar los huevos y aplastarlos hasta un punto en el que ya solo quiero morir. Me mantiene la mirada y sonríe cínicamente.
– Sólo es una erección, concluye.
Me suelta. Casi caigo al suelo del dolor. Cierro los ojos para evitar que se me escapen las lágrimas.
Cuando abro los ojos, aún cubierto por un sudor frío, estoy sentado en el avión y la azafata está anunciando que vamos a tomar tierra en el aeropuerto de Heathrow. Me toco los huevos y veo que siguen allí.El relato de este viaje continúa en Capítulo primero: El comienzo
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Pralines
Ya comenzamos a obtener beneficios de la visita a los Estar-dos-Unidos. Aprovechando mi diploma como cocinero de comida Cajún/Criolla obtenido en la New Orleans School of Cooking me he puesto manos a la obra y he cocinado pralines al estilo Criollo.
En la foto podéis ver el resultado. Absolutamente exquisito.
Antes de poner la receta comentar que la cocina Criolla es de la más elaborada que se puede encontrar en los Estar-dos_Unidos y que lo más popular de esta cocina son los pralines. El nombre viene del duque Marshal Duplessis-Praslin (1598-1695), cuyo cocinero inventó la receta para recubrir las almendras con azúcar. Cuentan las malas lenguas que el cocinero dejó al duque y montó su negocio. Posteriormente los criollos mejoraron la receta hasta hacerla perfecta. Cada familia tiene su propia receta secreta, que se transmite de generación en generación. Por eso, comer pralines en Nueva Orleans es toda una experiencia culinaria. En cada lugar los hacen de una forma diferente. La receta que yo cocino es la que se aprende en la New Orleans School of Cooking.
Los ingredientes necesarios para realizar entre 1 y 40 pralines (depende del tamaño que les deis, a mí me salieron 24) son los siguientes:
1 taza y media de azúcar blanca, tres cuartos de taza de azúcar morena, media taza de leche entera, 120 gramos de mantequilla (totalmente prohibida la margarina), 1 cucharita de café de extracto de vainilla y 1 taza y media de pacanas o en su defecto de almendras peladas (y si se quiere tostadas). Decir que la medida de la taza equivale a 250 ml. También necesitaréis papel para cocinar o en el peor de los casos papel de aluminio.
La implementación es sencilla. Poner la mantequilla a derretir en un caldero de metal a fuego bajo (115ºC) moviéndola constantemente con una cuchara de palo. Cuando se haya derretido añadir el resto de los ingredientes y continuar removiendo continuamente. La mezcla se irá cocinando. Llegará un momento en que si echáis un poquito en un vaso de agua se pegará a las paredes del vaso. En ese momento, apagad el fuego y seguid removiendo y removiendo hasta que la mezcla se espese y se quede como una crema pesada en la que las pacanas permanecen suspendidas.
Cuando la masa haya espesado, id poniendo cucharadas sobre el papel de cocinar (o el de aluminio). Tened cuidado con la superficie sobre la que ponéis el papel porque los pralines transmitirán el calor y están muy calientes. Mirando la foto os hacéis una idea de como son las cucharadas que ponéis.
Dejarlas que se enfríen un rato. Están deliciosas. El tiempo total de preparación es de alrededor de 40 minutos.
Huelga comentar que esto es una bomba de calorías. Yo, que soy fantástico, me los llevé al trabajo e invité a todo el mundo. Por los comentarios y los infructuosos intentos de repetir sé que han quedado deliciosos y que es algo que tendré que cocinar con cierta frecuencia.Si quieres ver otras recetas que he cocinado puedes ir al índice de Mi pequeño libro de recetas de cocina y allí tienes la lista completa
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