
Con la llegada del otoño aquí arriba, llegan también las piñas al mercado. Cuando hablo de piñas me refiero a las mazorcas de maíz, o millo, como lo conocemos en las Canarias. Son unas piñas deliciosamente dulces y que nunca me canso de comer. De hecho, llevo tres semanas a base de una piña diaria. Las como en múltiples formas: desgranadas y pasando el millo por la plancha, hervidas y untadas con mantequilla (a lo Kentucky), en caldo de millo y sobre todo, asadas, que son las que hoy nos ocupan.
La piña asada es lo más tonto que se puede cocinar. Sólo hay que clavarla a algo (un palo de madera es lo ideal) y ponerla sobre el fuego. Por descontado, los que tengan vitrocerámica ya se pueden olvidar de esto. En asaderos es también una delicia que se puede hacer mientras charlamos junto a las brasas. Por alguna razón el preparar el millo así me recuerda a mi abuela. La veo en la cocina, preparando la comida. Lo mismo sucede cuando hago castañas asadas. Recuerdo que mi abuela me subía en una silla para que yo me asara la piña. Era una tarea harto importante y que requería una concentración máxima.
Como podéis ver en la foto, lo único que hay que hacer es poner la piña al fuego e ir dándole vueltas lentamente. En unos cinco minutos estará lista (o incluso antes si no os gusta muy hecha). A mí me encanta tostadita. Cuando ya está asada, le pongo un poco de sal fina y en ocasiones la unto con mantequilla. Está para chuparse los dedos. El palito que uso es un palillo de comida china de Ikea, que ha culminado su carrera como utensilio de cocina en esta tarea.
Si nunca las habéis probado, la próxima vez que vayáis a un asadero, compraros un par de ellas y probad. Y si tenéis cocina de gas no tendréis que esperar tanto, lo podéis hacer mañana mismo.
Si quieres ver otras recetas que he cocinado puedes ir al índice de Mi pequeño libro de recetas de cocina y allí tienes la lista completa