En una visita que hice este año a mis médicos de cabecera, que yo tengo dos porque provoco demasiado estrés a los médicos neerlandeses y han elegido dividir el susodicho entre dos, estaba por allí para pedirle hora al especialista, que en mi familia hay al parecer tendencia al glaucoma o algo así. Coincidió que el día que fui, que le tocaba a la fémina del dúo, en lugar de ella estaba una pava jovencita, igual una de esas que están haciendo prácticas y la otra aprovecha para ir a que le depilen el chichi o así, que todos los que pillan un becario o un estudiante en prácticas, siempre aprovechan para lo mismo. La pava era muy simpática, pero no tenía el entrenamiento adecuado y me dijo que en lugar de un oftalmólogo, que es un especialista, que mejor me iba a una óptica, les decía que me hicieran las medidas gratis esas y que con eso sabría si tenía el glaucoma ese de los cojones, o no. Yo le eché mi mirada estándar de odio y desprecio muy profundo y como ella no era mi médico oficial, sino una panoli que pusieron allí, le expliqué que ya volvería otro día cuando se dieran las condiciones y hubiera en el lugar un profesional de verdad. La chama al parecer se esperaba que yo aplaudiera su decisión y no la molestase más, así que visto que era una inútil, me levanté y me marché, quizás olvidándome de darle las gracias por los servicios que no prestó.
Como fui andando desde mi keli, que la consulta está a ochocientos metros, aproveché para ir al super y saludar a la mucama, que la que me limpia la keli trabaja allí unos días a la semana. De camino al super me suena el telefonino, una cosa rarísima porque la lista de números bloqueados es superior a la de contactos, que yo pasé con matrícula de honor el curso de no hablar con extraños y mi Androitotorota está super-hiper-mega entrenado en el bloqueo sistemático de números. En la pantalla aparecía que era el número de la consulta, con lo que decidí responder. La chama me dijo que después de unos pensamientos parapsicológicos de envergadura y de sopesar los pros y los contras y de tener en cuenta las circunstancias de la vida, que acababa de apuntarme en la lista del especialista del hospital para que me dieran cita, que se tiraba al suelo enfangado y lleno de barro y me rogaba y me pedía que algún día futuro la perdonara por su ineptitud y que de gratis total, me apuntó en una encuesta nacional sobre algún cáncer y que me llegaría información por correo, que se había enterado porque le habían dicho, que entre los clientes de la consulta, no hay nadie que me supere en vacunas y pruebas, que yo siempre me ofrezco voluntario para todo. Se siguió disculpando y disculpando hasta que le dije que me dejara en paz que ya estaba en la puerta del super y que iba a entrar para saludar a los amigos y echarme unas risas con ellos. Para mí quedaba claro que llamó a la médica o al médico y estos le dijeron que acababa de cometer un error garrafal, que yo soy el equivalente de un huracán de grado 17 y que esto lo iban a sudar todos con sangre y mucha lágrima.
Esa tarde, me llegó un correo del hospital, del departamento de oftalmología, para concretar una cita con el optometrista, una experiencia traumática y estremecedora, que según el correo, dura noventa minutos y seguramente te dejan ciego, que ya te avisan que no vayas conduciendo o en bici porque no vas a ver ni torta al salir, o algo así y te sugieren que te compres las gafas de sol de Stevie Wonder para usarlas al volver a tu keli. Yo siempre voy al primer día disponible, pero ese resultó ser en marzo cuando estaré de regreso a África, así que reservé para un par de días después de volver al norte, por la tarde, cuando hay menos luz y definitivamente, iré en bici y si me quedo ciego, vuelvo usando la bicicleta como bastón, que el hospital está a media hora de mi keli andando. Lo más complicado de todo el proceso fue que para hacer la cita tuve que instalar la APP que usa el hospital, que es diferente a la que usan mis médicos de cabecera y que es también diferente a la que usa la farmacia y si sumamos la de mi seguro médico, ya van cuatro programas instalados en el telefonino para lo mismo. Lo más difícil de comprender entre tanto programa es que hay intercambio de datos entre ellos, puedo ver los resultados de cualquier cosa que me hagan en el hospital en la de mis médicos de cabecera y también tengo las recetas de los medicamentos ahí, pero si quiero pedir medicinas, tengo que ir a la específica de la farmacia, que desde que la vendieron y la compró un grupo empresarial local que se ha hecho con la propiedad de varias farmacias en mi ciudad, se separaron del programa principal e impusieron su propio programa, que no me sirve para mucho, ya que las medicinas me las piden cada tres meses automáticamente, me mandan un mensaje, las ponen en una taquilla con un número super-hiper-mega secreto que comparten conmigo por correo electrónico, incluyendo el número de la taquilla y yo me paso por la farmacia cuando me sale de los mondongos, que con mi número secreto puedo entrar a la zona de taquillas durante las veinticuatro horas del día y las veinticuatro de la noche.
Sobre lo de la encuesta esa en la que me apuntaron, eso lo cuento otro día porque ha sido una experiencia fascinante.