Siempre comento los avistamientos en los Países Bajos, pero cuando estoy en las Canarias también los hay, continuamente, en la Playa de las Canteras, que la gente parece que lo de enseñar las joyas es algo que hay que hacer siempre en la playa. Hace un par de días estaba tumbado en las Cantera, medio en coma por un resfriado brutal, dormitando y despertando mientras tomaba el sol y mientras pasaba el tiempo, la gente a mi alrededor cambiaba y en un punto determinado, me veo rodeado de viejos suecos por los cuatro puntos cardinales, que parece que todos eligieron exactamente el mismo lugar que yo en la playa. Como había estado durmiendo bocarriba, decidí dar la vuelta para equilibrar el color y coloqué el kabezón de forma que miraba de frente, justo en dirección a una pareja sueca, o nórdicos, pero vamos, que sonaba a los gruñidos y escupitajos suecos, que yo distingo relativamente bien a los daneses y filandeses cuando hablan de los suecos. Aquellos dos, que al parecer se querían bañar en el océano Atlántico, al parecer tenían una rutina diferenciada y especial y se cambian el bañador de tomar el sol por el bañador de ir al mar, o algo así. Yo ya ni intento entender estos comportamientos desbaratados e irracionales porque es algo para lo que no tengo capacidad cerebral suficiente, como los que van a la playa con ropa interior y se cambian al llegar a la playa y siempre me pregunto por qué no se pusieron el bañador en su keli y se ahorran esas operaciones esperpénticas intentando hacerlo con una toballa minúscula y siempre mostrando algo. Supe que el sueco se quería ir al agua cuando se quitó el bañador sin pudor alguno y yo me quedé contemplando unos güevos que ya eran más bien zurrones y que le debían colgar hasta cerca de las rodillas. Sentí un dolor intenso en los globos oculares y supe que con una certeza absoluta tendrá daños en los ojos por culpa de aquella visión terrorífica de aquellos cuajos que jamás deberían ser expuestos de esa manera pública e impúbica. El chamo se puso el bañador, que era básicamente igual que el otro y cuando ya estaba listo, la hembra se sienta y claro, la gravedad ni olvida ni perdona y las ubres descendieron hasta el ombligo, con el que jugueteaban y después se sacó con la misma carencia de pudor que su macho la parte inferior del bikini, que era lo único que estaba usando y frente a mí, con una cantidad ingente de luz, apareció su reconcha y también una especie de chiva o eso que los sub-intelectuales prefieren llamar perilla. Lo peculiar de la chiva es que la pava no debía ser muy folclórica y tenía poco pelo o quizás se quedó naturalmente calva del potorro con la edad y aquello eran tres pelos gigantescos y solitarios que acompañaban el chocho, potorro, chumino o como lo prefieras llamar. Las chivas aquellas o tenían vida propia, o el viento las movía como tentáculos que exploraban el ambiente, mientras la mujer, parsimoniosamente, buscaba el bikini que tenía que ponerse para poder ir al mar. Cuando finalmente lo encontró, se lo colocó y ocultó, en aquel trozo de tela, aquellos tres tentáculos de medusa vieja y nórdica.
Se fueron al agua, se dieron un chapuzón, volvieron y se repitió la operación en modo inverso, se quitaron los bañadores mojados y se pusieron los que tenían previamente y puedo jurar y juro y requetequeteque-juro que los tres pelos de chocho se estaban sacudiendo el agua como si fueran tres chuchos. Fue estremecedor y ya procuré no mirar ni a la izquierda, ni a la derecha ni en sentido contrario porque en esos puntos cardinales también había suecos y era consciente que esto es como los bostezos, cuando uno empieza, le siguen todos los demás y yo tuve una dosis excesiva con los pioneros.