El domingo era el día para regresar a los Países Bajos y esta vez, el Dios del bajo costo me asignó el asiento del medio. El avión salía a las once de la mañana y eso me permitiría llegar a Ámsterdam a las cinco menos cuarto de la tarde, una hora muy humana. Llegué al aeropuerto de Gran Canaria a las nueve de la mañana y solo había dos pasos de control de INseguridad abiertos y una muchedumbre esperando. Mientras hacía la cola comenzaron a abrir muchos más, hasta llegar a los ocho y me quedó más claro que la luz que no quiere salir de un agujero negro que es todo un paripé. Pasó mi mochila con al menos quince kilos de comida y varias cosas que se podían catalogar como líquidos y ni se molestaron en decirme que la abriera. Elegían para los controles bolsos y mochilas pequeños y casi vacíos. Una cosa que me llama la atención entre el control de INseguridad neerlandés y el español es que en el norte ya no te dejan que pongas el cinturón en las cajas que van por la máquina. Te obligan a quitártelo y entregárselo al panoli que está junto a la máquina que te escanea, lo tienes que llevar tú en la mano mientras que en España se pone en las cestas y pasa por las máquinas. Como las máquinas españolas son del jurásico y las neerlandesas son nuevas, imagino que es algo de los nuevos escáneres mágicos y su problema con cinturones que tienen hebillas de metal. Después de pasar el control, encontré una tienda con la botella de agua a leuro y cincuenta céntimos de leuro, muchísimo más barata que las máquinas, así que me compré una y llené mi cantimplora. El avión, cuando llegó, lo pusieron en el más allá, sin pasarela, con lo que el embarque sería con guagua. Como yo iba con prioridad chimpún, entré en la primera guagua y llegué al avión pronto, igual que el pavo que se sentaba en la ventana en mi fila. Pasamos casi media hora allí mientras llenaban el cacharro y cuando ya el chófer iba a quitar el freno de mano, la fila detrás de mí, que era de emergencia, tenía algún asiento vacío y la pava que iba en mi fila en el pasillo se cambió a uno de esos asientos y yo me puse en el pasillo, dejando un asiento vacío entre el mío y el del pavo de la ventanilla. El chófer dijo que tardaríamos cuatro horas y quince minutos, pisó el acelerador y salimos hacia el cielo. Sin ventana, me dediqué a jugar y ver series y a comer las chucherías y el agua que me llevé. Cuando estábamos sobre Bélgica el chófer dijo que entraríamos al aeropuerto por el norte y aterrizaríamos en la demoniaca Polderbaan, esa pista que está a veinte minutos del aeropuerto, así que cuando aterrizamos, tuvimos un montón de tiempo para ponernos al día y ver los últimos vídeos de la difunta comentarista Virtuditas en su tiquitoque. Como iba en la fila veintisiete, pasaron al menos quince minutos hasta que me llegó el turno de salir y cuando lo hice, puse el turbo y avancé por la terminal hasta que llegué a la estación de tren y bajé a esperar el siguiente tren a Utrecht. Ya en el mismo y posicionado exáctamente en el lugar adecuado, que esos trenes los uso tres veces por semana y sé en dónde paran en Utrecht, mi ubicación era en la puerta que se queda delante de las escaleras mecánicas del sur. La idea era conseguir hacer el transbordo en menos de sesenta segundos al tren local y ahorrarme quince minutos en el aeropuerto. Había tres panolis bloqueando el andén cuando se abrió la puerta, pero la bolsa con quince kilos de comida tenía la suficiente inercia para apartar a las bosmongolas esas y dejarles moretones en la piel a las dos que pilló, que así aprenderán a no bloquear el paso a la gente en las escaleras mecánicas para hablar entre ellas de quién chupa más pollas y traga más lefa. Me sobró como un minuto y pico, que el tren al final salió con un minuto de retraso. Ya en el tren local, llegué a mi barrio en cinco minutos y tenía que decidir si caminaba los novecientos metros o iba en guagua, pero cuando vi los minutos que faltaban para la salida de la guagua opté por caminar. Con un buen ritmo, llegué en un rato a mi keli, entré por la puerta delantera, que solo tenía la llave de esa puerta y me fui directamente a la nevera para descargar la ingente cantidad de quesos, pata de cerdo asada canaria, jamón serrano y otras maravillas que traía.
En circunstancias normales, al llegar a la estación de Utrecht hubiese cambiado a la guagua que me deja al lado de mi keli, pero llevan meses mejorando y asfaltando los carriles bici de la calle principal y después de mes y medio sin guaguas en dirección a la estación de tren, ahora estamos en el mes y medio sin guaguas viniendo desde Utrecht Centraal, que fue lo que hizo que viajara en tren hasta mi barrio. No veo la hora que acaben las obras esas de asfaltado de los carriles bici, nos deben quedar al menos dos semanas de sufrimiento.
Si no hay cambios en los planes, mi próximo viaje será a las Maldivas para ocho días de buceo.