La rutina de ir desde mi keli en los Países Bajos hasta Gran Canaria la tengo muy engrasada porque lo hago con relativa frecuencia y aún así, cada vez hay algo distinto. Este viaje comenzó con un catarro que decidió salir del armario en el día que volaba, con lo que salí de mi keli dopadísimo y me llevé paracetamol por un tubo para tomar antes de subir al avión. Volaba con Transavia desde el aeropuerto de Ámsterdam, compañía que he evitado últimamente pero al parecer, comprando los billetes con tiempo y volando en viernes por la tarde y volviendo en domingo por la mañana, hay ofertas económicas. Añadí el trolley para volver petado de comida y ellos pusieron la bolsa para meter debajo del asiento, con lo que calculo que puedo regresar con una cantidad ingente de comida. Como mi vuelo salía a las dos de la tarde y había reservado en la página del aeropuerto mi pase por seguridad a las doce y cuarto, no tenía prisa porque sabía que me colaría. También descubrí que transavia, al comprar la maleta de cabina, me dieron requetequeteque-prioridad, con lo que en principio entraría en el avión después de minusválidos, ancestrales, empreñás y hembras con niños de menos de dos años, o sea, tres cuartas partes del avión, con la diferencia que los que están en esos grupos y no tienen el trolley, solo pueden llevar la mochila pequeña. Trabajé hasta las once de la mañana y a esa hora salí de mi keli. El plan original era andar a la estación, pero con el resfriado, opté por pillar la guagua que casualmente pasaba en ese momento y por eso, llegué un pelín antes al aeropuerto. Subí a salidas, enseñé mi código QuúErre y me dejaron colarme con los VIP y lo del control de inseguridad fue cosa de minuto y medio. Después busqué la puerta de salida de mi avión y por el camino, rellené mi tanque de agua. Había visto que Transavia por fin están tirando a la basura los aviones gringos y están poniendo Airbus y me tocaba viajar en uno nuevito. El día anterior, además, al hacer el embarque, me asignaron ventana, solo que sobre el ala, con lo que hay vídeos, pero que nadie se emocione porque no son muy allá. A mi lado iban unos viejos que al parecer están sordos y no oyeron cuando invitaron a los ancestrales a subir y llegaron mucho más tarde.
Con unos minutos de retraso, el chófer quitó el freno de mano y tiramos pa’lante y nos dijo que despegaríamos por la pista que está antes de la Polderbaan, o sea, en dirección norte hacia Ámsterdam. El despegue fue sin incidencias y una vez en el aire, monté mi chiringuito para pasar allí las cuatro horas y quince minutos. Pasamos por encima de la keli del Ancestral y después seguimos hacia Portugal y de ahí tiramos pa’bajo. Llegamos más o menos en hora, pero como el asiento de ventana gratis que me dieron era en el lado derecho y sobre el ala, el vídeo del aterrizaje tiene toda la pinta de ser una cagada. Como yo iba para atrás y la gente parece que se atrofia, el desembarque tomó un montón de tiempo y hasta uno de los azafatos le pidió a la miasma rubia que espabilara un poquito que se tenían que volver a ir en hora. Ya afuera, los de aduana españoles, por primera vez en mi vida, me pidieron mirar mi bolsa y casualmente, no encontraron ná de ná.
Después subí a la planta alta del aeropuerto y fui a la terminal de guaguas y mientras avanzaba, había algo muy malo. La autopista y el aeropuerto estaban colapsados, literalmente y las colas para la guagua del aeropuerto eran de doscientos metros de largo. Mirando en las Internetes descubrí que se quemó un minibus de chonis en la autopista exactamente en el lugar que podía colapsar la y súmale un concierto de carnaval y un partido de fútbol y teníamos las condiciones perfectas para el desastre. Estuve esperando unos noventa minutos para pillar guagua y en ese tiempo, el tráfico en la autopista empezó a mejorar, pero aún así, los habituales veinte minutos se convirtieron en cuarenta minutos hasta San Telmo y después el chófer nos dejó por el Club Náutico porque la guagua no podía llegar a su última parada por los conciertos de Carnavales, que en la ciudad de las Palmas, el carnaval empezó el ocho de febrero y acabó el pasado domingo. Una vez fuera de la guagua, subí los trescientos metros hasta la keli de mi madre y vine entrando allí a las nueve y cuarto, que teniendo en cuenta que salí de mi keli en Utrecht a las diez de la mañana hora canaria, fueron en total once horas, que es una burrada. Esperemos que el viaje de vuelta no tenga tantos problemas.