La semana pasada mantenía complejas negociaciones con mi amigo el Rubio para determinar el regalo de cumpleaños de la Unidad Pequeña número 3, la cual llega a los seis años y que sucede que en la actualidad, es con la que mejor me llevo, sobre todo porque todo lo que cocino a ella le encanta y siempre que voy a la casa me recibe como si hubiera ganado la Copa de Europa. Estoy convencido de que esa chiquilla genera ácidos en el estómago cuando me ve anticipando la comida que sabe que siempre hay en mi mochila. La última vez que la vi le pregunté y aún no tenía claro que quería por su cumpleaños, así que comencé el tradicional acoso por GüaZap a los padres. Me fueron dando largas y más largas y finalmente me dijeron que el lunes de esta semana me informarían. El lunes cambiaron la toma de decisión al miércoles y ese día, después de la clase de italiano y mientras esperaba que comenzara la película que fui a ver al cine, comencé una nueva andanada. Finalmente, la Primera Esposa del Rubio me informó que la niña lo que quiere es lo siguiente: visita al cine, con recorrido previo en tren y solo y exclusivamente conmigo, sin padre, sin madre y sin hermanos. Ahora ya sé por qué el Rubio me daba largas, la debía estar tratando de chantajear con algún otro regalo para evitar esta petición. Cuando la Unidad Pequeña Número 1 pidió lo mismo, fue como si acuchillaran a mi amigo, que defiende a muerte que no hay nada como tu tele gigantesca en casa para ver cine y que evita esos templos del arte máximo como si fueran barriadas truscolanas. Cuando la Unidad Pequeña Número 2 hizo la misma solicitud, fue otro puñal que le clavaron y con este tercero, es la traición completa de la Primera Familia, ya que de cuando en cuando también voy al cine con la Primera Esposa y al menos una vez al año, lo obligo a él a acompañarme a ver una película, pasándome por el forro sus quejas y lamentos y cuando todo lo demás falla, primero lo llevo a cenar, después lo obligo a ver la peli y después pago barra libre ilimitada y el alcohol es mano de santo entre nosotros los alcohólicos conocidos y ayuda a asimilar los disgustos.
Me pregunto que conversaciones hay entre los tres chiquillos para que el segundo y la tercera hayan despreciado todo tipo de regalos y exigido que sea una sesión personal de cine conmigo. Aparte de estas específicas en las que solo viene uno, siempre que los dejan me los llevo a los tres al cine, aunque en esas ocasiones no siempre vamos solos, ya que mi más-mejor-amigo se nos une y se pasa los previos rezongando y quejándose mientras lo ninguneamos. El todavía no entiende que es una aventura, vamos en tren muchas veces hasta el cine que está junto al estadio del Ajax, el ArenA, un lugar inmenso, con edificios que parecen grandes templos, una estación de tren futurista, un cine espec tacular (que diría uno de esos que separa las palabras) con unas escaleras inmensas e iluminadas en colores y un bufé de golosinas del tamaño de un supermercado. Cuando la peli acaba y tenemos tiempos, nos damos un paseo por el barrio colindante para ver a los terroristas musulmanes de mierda en su salsa natural, con las hembras portando el trapo de limpiar el suelo y caminando cargadas como burras a tres pasos por detrás del macho que las ignora y también pueden ver a las personas de otro color, o eso que en la Isleta llamábamos NEGROS, ya que en el pueblito de los niños del maíz en donde se están criando, todos, absolutamente todos los niños del colegio, son rubios y no hay un solo musulmán o persona colorada en el pueblo, aunque eso sí, están rodeados de vacas, pastos, canales y profesoras obesas.
Nos falta por acordar la película y el día, algo complicado porque este fin de semana yo ando fuera del país, creo que ellos se van el siguiente y yo me voy al otro, así que ya veré como lo organizamos.
Una respuesta a “Justo lo que él no quería”
Tratándolos así no es de extrañar que te adoren y ninguneen al papi… 🙂
Salud